jueves, 18 de abril de 2024

Marta Portal, Ricardo Gullón y la verdad humana

En el proceso de búsqueda para la investigación de algún artículo relacionado con Madrid, siempre aparece algo que desvía mi atención. Si se trata de noticias en las que se cita a Don Benito Pérez Galdós, la atención se convierte en una nueva investigación. 

La vigencia de Galdós es indiscutible, no hay publicación que más allá de 1920 olvide al insigne escritor. Los periódicos le citan, también a su obra; unos con mayor acierto, otros con encubierta inquina, y algunos haciendo de párrafos de sus novelas una herramienta para intereses políticos, desfigurando su esencia verdadera.

En un artículo de 1946, publicado en El Español: semanario político y del espíritu, se menospreciaba así a Echegaray y Don Benito: 
«Ya el año cuatro dábase como año callejero. No se buscó lo mínimo y lo selecto, sino lo gesticulante, destacado y efectista. El viejo Echegaray, no tan viejo aún, había democratizado la escena española llevando hasta ella sus dramones de portería y el canario don Benito Pérez Galdós púsose a mirar la Historia de España desde una pensión de la calle de Carretas, con gorra de albañil y liberalismo de periódico de cinco céntimos».
El mismo año, en Pueblo: Diario del Trabajo Nacional, entrevistaban a Mr. John P. Netherton, autor de Elements of Realism in Three Novels of Galdós: Doña Perfecta, Gloria, La Familia de Léon Roch, que había sido publicado por la University of Chicago, en 1939.


A pesar del gran titular en mayúsculas, el entrevistador evita hacer preguntas mencionando a Galdós y la tesis que se anuncia.

Los hispanistas estadounidenses serán precursores en el estudio de la obra de Pérez Galdós, como el citado Netherton, Pattison, Berkowitz, Kronik y Smith, entre otros. En España el proceso fue más lento.

Alguna idea del pasado, como la nacida en 1928 para un premio literario que llevase el apellido del escritor, se hizo realidad en octubre de 1954 gracias a Colección Júpiter y Danae (Ediciones Rumbos) de Madrid y su promotora, doña Isabel Calvo de Aguilar.

El "Premio Galdós para Novela publicada", dotado con 30.000 pesetas, recibió en su primera convocatoria 64 novelas y autores de prestigio, entre los que figuraban Rafael Narbona, Hernández Mir, Julio Escobar, Montero Galvache, Etheria Artay, Amador Porres y Margarita María Burguete.

El 7 de diciembre, en el Café Comercial se reunió el Jurado. Estaba compuesto por Justo García Morales, Alberto Insúa, Isabel Calvo, el señor Irazábal (editor de la Colección), Julio Angulo, Ángeles Villarta y Lorenzo García Benavente. Al día siguiente se anunciaba el ganador. El premio recayó sobre la novela "Viaje sin retorno", de Rafael Narbona.

En otra ocasión contaré más sobre este premio y del creado en 2020 por la Junta Municipal de Arganzuela bajo la denominación de "Premio Literario Benito Pérez Galdós".

Dicho esto, nos centramos en el asunto que da título al artículo.

El domingo 21 de febrero de 1971, en la columna “Hoy, literatura” del diario mallorquín Baleares (pág. 31) aparecía una fotografía de Benito Pérez Galdós acompañada de un texto escrito por Marta Portal (Asturias, 1930 – Madrid, 2016), periodista, profesora y escritora perteneciente a la Generación del 50. Le seguía una pequeña reseña dedicada a Ricardo Gullón a propósito de su libro “Técnicas de Galdós”, publicado ese año por Taurus. Ambos son reproducidos en este artículo.



El autor reencuentra la realidad
Por Marta Portal

«El autor en busca de sus personajes es una actitud normal, necesaria, casi biológica, en el copiador de realidades. Yo imagino a Galdós por la Plaza Mayor o por la calle de Toledo, bautizando a los transeúntes e inmortalizándoles al “hacerles caso” mentalmente.

Y yo supongo que Cela no se ha sacado a todas las criaturas de su San Camilo de la manga ancha de su imaginación. Además, ahora recuerdo, que sobre alguna de ellas en particular me suministró de palabra datos complementarios e históricos.

El autor busca sus personajes y muchas veces los personajes le salen al encuentro al autor. El procedimiento es legítimo, ya que el escritor da a estos personajes en el arte profundidad de sentido y unas dimensiones que ellos no alcanzan en su vivir. A veces, una mirada, unas palabras, un gesto de alguien que se cruza en nuestro camino despierta la imaginación creadora en busca de los porqués y de los comos. Y sobre la cuartilla, las palabras, pasando de la boca a la mano apretada, van explicándole al autor la mirada, la expresión y la frase interrogantes y pasadas.

¿Son las criaturas literarias reflejos fieles de esos seres de carne y hueso que las inspiraron? En todo caso, el autor, cuando las tiene ya en papel, negro sobre blanco, las cree suyas, las siente propias. Ocurre como con las ficciones de los grandes mitómanos: para serlo tienen —y lo son— que ser ellos los primeros engañados por su mentira.

Además, esos seres que parecen salir al mundo en busca de un autor suelen ser seres momentáneos, a los que no volvemos a tropezar, que no conviven con nosotros, son seres “recordados”. Si viviesen con nosotros, y si les tropezáramos a diario, se cambiarían en otros.

¿Qué siente un escritor cuando “ha recordado” un personaje de la calle, lo ha recreado, le ha dado un pretérito y una trascendencia, lo ha hecho suyo y al tiempo lo reencuentra en carne y hueso? En primer lugar, se ausenta. Como si un fantasma se le acercase. Como si la magia y el misterio se hubieran dado cita ante sus ojos. ¿Es él o no es él? ¿Soy responsable ante él o no lo soy? ¿Tenía yo derecho a haberlo arrancado a su anonimato vital para darle una existencia literaria? Hace meses, Salvador Jiménez, me pidió un cuento breve. Le dije que tenía uno, pero que era más bien un sucedido. “Me vale, mándamelo”.

Y salió en el papel María Milagros (Suplemento dominical de "Arriba", 3, I, 71). María Milagros, en las páginas de hueco, lucía sus ojos lindos, sus dientes ligeramente separados, el flequillo desgajado..., debajo de un letrero, Marina, que aludía a su pensión, pero que era en realidad el albergue que mi mente le brindaba.

Y se me pasó aquella tristeza y aquella oscura discrepancia con las cosas que son como no debieran, porque María Milagros, édita, me llegó a parecer un cuento inventado, una fabulación gratuita de mi imaginación.

Ayer encontré a María Milagros. Me sonrió simpática e inocente —¡claro, no sabe leer!—, me ofreció sus poesías, las que escribe su padre y ella vende. Me reiteró que no sabe leer porque no tiene tiempo, y además tiene buena memoria y no necesita saber leer porque puede recitar las poesías que vende de un tirón, y, a veces, hasta las inventa ella, para que escriba su padre.

Me he sentido mal, me he sentido culpable. ¿De qué? De que María Milagros no sepa leer. De que María Milagros no pueda leer su cuento sobre ella. De que María Milagros y su historia no sean un cuento-cuento. Me aclaró —estaba muy locuaz—, que ganaba mucho dinero. Que más de mil le habían dado cien pesetas (¡No hay duda: María Milagros tampoco sabe sumar!), y le habían dicho: “anda, guapa, sigue tu camino”.

Pero María Milagros ayer, hizo otra cosa: destrozó mi cuento. Porque resulta ser que María Milagros no es un cuento, que María Milagros es verdad, que María Milagros es una crónica amarga».

Este breve texto de Marta Portal, símil del Galdós defensor de la educación para la mujer y crítico de la doble moral, rememora aquellos personajes de Don Benito en la figura de María Milagros, tan real, tan verdadera como la imaginación nos lleve hasta Fortunata, Jacinta, doña Benigna y todo el interesantísimo censo creado por el escritor. Verdaderas, representan —como indica Portal— una crónica amarga, una realidad de siglos que encaja hoy en la variedad de tipos sociales.

El mismo artículo se publicará el 25 de febrero en La Rioja: diario político bajo el título “En carne y hueso” y el día 28 en Mediterráneo: Prensa y Radio del Movimiento, con el mismo título que el aquí publicado. 
En todos los casos, incluso en el dominical de Arriba citado por la autora, llevaban el sello de PYRESA, agencia de información de la cadena de Prensa del Movimiento.

Al texto de Portal le sigue, enmarcado entre publicidades y unos versos de Eliseo Feijoo dedicados al gusano y la mariposa, la entrevista realizada a Ricardo Gullón (Astorga, 1908 – Madrid, 1991) con motivo del lanzamiento de su libro: Técnicas de Galdós.
Gullón define el estilo de Galdós como su forma personal de «entender y expresar la vida». En definitiva, la narración de una realidad que es la vida misma y sus circunstancias.


Técnicas de Galdós, de Ricardo Gullón 

«Según confiesa el propio autor, cuando hace unos años publicó su “Galdós, novelista moderno", el capítulo que pareció más interesante y más útil fue el dedicado a estudiar el lenguaje y la tónica del escritor”. De ahí, y de sucesivos estudios y trabajos, arranca el libro que hoy presentamos.

No parece difícil colegir que la propia iniciativa del trabajo le obliga a mantener, hoy por hoy, dos dimensiones. La primera, como resultado de incidencia, la plantea Gullón en el prólogo: “Entrado el último tercio del siglo XX ¿continúa oponiéndose “sinceridad” artística a retórica o arte de convencer?”.

En estos últimos dos años ha venido desarrollándose en nuestro país una violenta polémica sobre las proporciones en que debe adecuarse la relación vida-literatura: el viejo enfrentamiento entre contenidistas y formalistas; pues bien, esa primera dimensión a que nos referíamos no es sino la forma de postura —a partir del análisis de la técnica literaria de Galdós— de un crítico literario como Gullón que, a lo largo del libro va a esforzarse por reducir a sus justos límites la equivalencia vida-literatura y por estudiar la novela desde su propio contexto, es decir, a sostener que “lo propio de la invención novelesca es llegar a la espontaneidad por el arte y el artificio”. Basándose en cuatro novelas (doña Perfecta, El amigo Manso, La de Bringas y Fortunata y Jacinta) Gullón establece la segunda y medular dimensión del libro (verdadero alarde de análisis en las coordenadas espacio-tiempo de la novelística de Galdós) que puede resumir así: “Entendido el estilo como modo de dar forma a un propósito, la idea de un Galdós sin estilo es insostenible: su manera de dramatizar y de estilizar, su inclinación a establecer contrastes y a oponer actitudes e ideologías le impuso un modo muy suyo de entender y expresar la vida.

La necesidad expresiva estimuló su imaginación hacia la invención de medios adecuados para declarar una realidad esencialmente conflictiva a través de personajes y situaciones". Esta deducción progresiva de necesidades provocadas por la más decisiva, la necesidad de expresarse convirtió a Galdós en uno de los más grandes creadores de la narrativa española. Publica el libro “Taurus" en su colección “Ensayistas de hoy”».

El libro “Galdós, novelista moderno” fue el inicio de una reconsideración crítica para la obra de Galdós. Nueve años más tarde se lanzaba el primer tomo de Anales Galdosianos, de gran relevancia para el estudio de la obra del insigne escritor.


Germán Gullón, «galdosiano de la nueva generación»

La misma editorial había publicado en 1960 su libro “Galdós, novelista moderno”. En 1970 se reedita y aparece en “Guía para leer a Galdós”, artículo publicado por Dámaso Santos en el diario Pueblo del 7 de enero. Santos decía del libro: “… el penetrante estudio de Ricardo Gullón, «Galdós, novelista moderno» dedicado a un «galdosiano de la nueva generación»”.

Así fue, como lo recuerda Germán Gullón, su hijo, en “Galdós, maestro de las letras modernas” (Ediciones Valnera, 2020):

“Tenía cinco años, cuando mi padre Ricardo Gullón me dedicó su emblemático libro, Galdós, novelista moderno, «A Germán, galdosiano de la nueva generación»; el deseo y el cariño expresado en esas palabras marcaron mi destino personal y profesional.”

Todos los galdosianos conocemos la importante trayectoria de Germán Gullón y su constante divulgación de la vida y obra de Don Benito Pérez Galdós. Su último libro, ya citado, es claro ejemplo de los conocimientos sobre la técnica narrativa del escritor en todas sus etapas, desgranadas en las que él define como las cuatro maneras que se corresponden con las etapas creativas de Galdós, desde las novelas de tesis hasta el cenit de su gloria.

Pero si algo más le conecta con los artículos aquí publicados, es el título de la exposición inaugurada en la Biblioteca Nacional de España con motivo del bienio galdosiano: “Benito Pérez Galdós. La verdad humana”. Título apropiadísimo para definir al novelista y su obra, desde donde la realidad humana se percibe tan verdadera como lo es, describiéndola con ese estilo de Galdós que Ricardo Gullón definía como “un modo muy suyo de entender y expresar la vida”. 


Imagen de la vida es la Novela

Todo lo anterior viene a ratificar lo expresado por Galdós en su discurso de ingreso a la Real Academia Española, leído el domingo 7 de febrero de 1897. La sociedad presente como materia novelable es, en palabras del escritor, el estudio de la vida misma a través del “vulgo” como humano modelo, ofreciendo todo cuanto es para la obra artística; siendo, después, su juez.
Así lo intuía Marta Portal de su María Milagros, si esta hubiera sabido leer.

«Imagen de la vida es la Novela, y el arte de componerla estriba en reproducir los caracteres humanos, las pasiones, las debilidades, lo grande y lo pequeño, las almas y las fisonomías, todo lo espiritual y lo físico que nos constituye y nos rodea, y el lenguaje, que es la marca de raza, y las viviendas, que son el signo de familia, y la vestidura, que diseña los últimos trazos externos de la personalidad: todo esto sin olvidar que debe existir perfecto fiel de balanza entre la exactitud y la belleza de la reproducción.

Se puede tratar de la Novela de dos maneras: o estudiando la imagen representada por el artista, que es lo mismo que examinar cuantas novelas enriquecen la literatura de uno y otro país, o estudiar la vida misma, de donde el artista saca las ficciones que nos instruyen y embelesan.

La sociedad presente como materia novelable, es el punto sobre el cual me propongo aventurar ante vosotros algunas opiniones. En vez de mirar a los libros y a sus autores inmediatos, miro al autor supremo que los inspira, por no decir que los engendra, y que después de la transmutación que la materia creada sufre en nuestras manos, vuelve a recogerla en las suyas para juzgarla; al autor inicial de la obra artística, el público, la grey humana, a quien no vacilo en llamar vulgo, dando a esta palabra la acepción de muchedumbre alineada en un nivel medio de ideas y sentimientos; al vulgo, sí, materia primera y última de toda labor artística, porque él, como humanidad, nos da las pasiones, los caracteres, el lenguaje, y después, como público, nos pide cuentas de aquellos elementos que nos ofreció para componer con materiales artísticos su propia imagen: de modo que empezando por ser nuestro modelo, acaba por ser nuestro juez».



Bibliografía y Cibergrafía

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En todos los casos cítese la fuente: Valero García, E. (2021) "Marta Portal, Ricardo Gullón y la verdad humana", en https://www.benitopérezgaldós.com/

• Citas de noticias de periódicos y otras obras, en la publicación.
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Muchas de las fotografías y otras imágenes contenidas en los artículos son de dominio público y correspondientes a los archivos de la Biblioteca Nacional de España, Ministerio de Cultura, Archivos municipales y otras bibliotecas y archivos extranjeros. En varios casos corresponden a los archivos personales del autor-editor de esta publicación.

 


© 2024 Eduardo Valero García


domingo, 7 de enero de 2024

Fiesta de la Epifanía. Artículo de Galdós para el diario La Prensa de Buenos Aires. Madrid, 1887

Es indudable que Don Benito Pérez Galdós fue un fiel cronista de todo cuanto acontecía en el Madrid de su tiempo. Llegado a la Villa y Corte a finales de septiembre de 1862, su primera noche de Reyes la describí el año 2015 en un artículo publicado en Historia urbana de Madrid. [Ver artículo]

De la recopilación realizada por Alberto Ghiraldo de los artículos que Galdós envía a Buenos Aires como corresponsal de La Prensa, ofrecemos el titulado “Fiesta de la Epifanía”. Corresponde al volumen Fisonomías sociales – Observaciones de ambiente. Benito Pérez Galdós. Obras inéditas (1923).

Junto con otros artículos dedicados al clima, la sociedad y la política, la carta que contenía “Fiesta de la Epifanía” lleva fecha del viernes 7 de enero de 1887. Habían pasado apenas cinco años de la ordenanza aprobada por el alcalde de entonces, D. José Abascal y Carredano, por la que se cobraba un impuesto a las comparsas y prohibía la utilización de hachones, escaleras y todo tipo de ruidos y escándalos que causasen molestias al vecindario. 


Don Melchor y los Reyes Magos. Dibujo de J. Triadó.
La Ilustración Artística. Barcelona, 7 de enero de 1901 (Año XX, Nº 993)


La Epifanía

I

    Hoy es la Epifanía, una de las más bellas festividades del cristianismo, día soñado por los niños porque en él (así lo establece en España una costumbre antigua) los tres reyes magos se dedican a repartir juguetes por esos mundos trayéndole a cada cual lo que más apetece.
Pocas figuras hay en el Nuevo Testamento más simpáticas que estos tres soberanos que guiados por la milagrosa estrella van a adorar al niño Dios en el pesebre de Belén. La iconografía cristiana les representa desde la más remota antigüedad con caracteres diferentes; el uno es anciano de luenga barba; el otro joven y esbelto; el tercero negro como la pez. Cabalgan en poderosos camellos y traen vistoso séquito de pajes y escuderos. En algunos cuadros de la Epifanía se ven caballos; pero en todos los nacimientos infantiles prevalece el camello, sin duda por ser este animal extraño y casi fantástico en Europa. Se les representa rodeados de asiática pompa, capas encarnadas, turbantes, plumachos, collares de oro y piedras, y si alguno de los tres obtiene de la pueril turba mayor simpatía que los demás, es el negro, el preferido probablemente por su propia negrura y extrañeza.
Debe arrancar de tiempos muy remotos esta encantadora conseja de los juguetes traídos por los reyes. Los pequeñuelos dejan el zapato en la chimenea y por el tubo de esta entran los magos sin temor a ensuciarse de ceniza y hollín. Pero no en todas las localidades es la chimenea el sitio destinado a recibir el regalito.
    En Madrid mismo, verificase el fenómeno dejando una media en el balcón, y así es más fácil ¡claro! que los reyes dejen algo, porque les basta arrojar el juguete cuando pasan, y no necesitan molestarse en penetrar por conducto tan angosto como es el cañón de una chimenea.
Sea lo quiera, los tales reyes hacen felices a muchos niños en este clásico día, pero es dudoso que los favorecidos se lo agradezcan, porque si vehemente es el niño en sus deseos, no es menos determinado en sus olvidos. El agravio y el beneficio bórranse de su mente con igual rapidez. Además, va cundiendo tanto el escepticismo, que ya los niños principian a poner en duda que sean efectivamente los reyes los portadores del caballo de cartón o de la locomotora de hojalata.
“Sobre esto hay mucho que hablar”, dicen los más agudos, porque no cabe en cabeza humana que los reyes pasen a un mismo tiempo por todas las calles y se paren en todos los balcones, o penetren por todas las chimeneas Y como nadie los ha visto, todo ello resulta un gracioso engaño de los papás, que son los verdaderos magos.

II

    La costumbre de salir a esperar a los reyes, que consistía en procesiones escandalosas de gente baja, alborotando por las calles, y concluyendo en innobles borracheras, ha concluido desde que el alcalde impuso una contribución a los que de tal modo se divertían.
    Hasta hace dos o tres años, apenas entraba la noche del 5, veíanse por las calles de Madrid turbas de hombres más o menos soeces, con hachas encendidas, tocando cencerros, cuernos y otros desapacibles instrumentos. Solía haber en esta ruidosa diversión algo de novatada, pues los infelices gallegos recién llegados a Madrid creían a pie juntillas en la venida de los reyes, y sus ladinos compañeros les metían en la cabeza que se ganaba tres mil reales el que más pronto los divisara y se acercase a ellos.
Por eso llevaban los tales una grande escalera de mano, y después que corrían y chillaban de lo lindo, decían que ya estaban cerca los reyes, y ponían en pie la escalera, para que subieran los incautos a ver a sus majestades magas. La escalera se venía al suelo cuando ya estaba formado sobre ella un gran racimo de curiosos, y en esto principalmente consistía la fiesta. Tan bárbara y ridícula manera de divertirse ha sido curada radicalmente por un alcalde, obligando a pagar cinco duros a toda persona que muestre vivos deseos de ofrecer sus respetos a los reales Melchor, Gaspar y Baltasar.

***

El día de Reyes de 1887 contado por La Época.
El día de Reyes del año de 1887 no difiere mucho del de este 2024. Las epidemias de antes hoy son las fuertes gripes y los repuntes de COVID. La muerte producida por epidemias, inexorable en cualquier época, afectaba en mayor porcentaje a los niños; así, como absoluta realidad, los tabloides recordaron aquel día a las párvulas víctimas y reprodujeron escenas familiares y costumbres aún vigentes.

La columna de La Época, bajo el título de ECOS MADRILEÑOS, hablaba de "La fiesta de los Reyes y los niños" y de "La torta tradicional", entre otras cosas.

«Antes que amaneciera esta mañana, los niños estaban despiertos. Muchos de ellos no hablan dormido, soñando con los regalos que en los zapatitos hubieran puesto los Reyes Magos. El viento que durante la madrugada ha azotado los cristales de balcones y ventanas habrá contribuido mucho á tener en veíalas tiernas fantasías, acariciadas por una esperanza do juguetes y dulces.
¡Qué lucha tan angustiosa habrán librado el susto y el deseo en aquellas cabecitas rubias, amenazadas ahora además por terrible epidemia!
Pero brilló el sol, se apaciguó el viento, el cielo dejó de llorar, descorriéronse las cortinas de las nubes, y los niños saltaron del lecho, alegres y confiados, en brazos de sus padres.
Estos, desde anoche, hablan preparado á sus hijos la gran sorpresa. Adelantándose cortesmente á los Reyes Magos, facilitando su tarea de ir depositando al lado de cada cuna un presente infantil, fueron en la noche anterior saqueando las tiendas do juguetes, los bazares y las confiterías.
Algunos verificaron sus compras sonriendo entre lágrimas. Al festejar al hijo que esperaba en casa, recordaban al hijo que se habían llevado recientemente al cementerio.
—¿Y para nuestra hermaníta, no compras nada? —decía una boca de rosa que había perdido su gemela.
Los padres no supieron qué contestarla.
¡No hay en la tierra regalos para el cielo!
Es decir, sí que los hay; las oraciones de esos mismos niños que sonríen á la venida de los Reyes Magos, y se acuerdan con pena de los ángeles que han tenido á su lado.
Sus preces tal vez podrán conseguir alivio para tantos tiernos seres que ahora se hallan enfermos; para las tres preciosas niñas del Sr. Romero Robledo, atacadas da sarampión; para el hijo único de los Condes de Vilches, adolescente de trece años; para tres de los cuatro hijos de los Marqueses de Álava, también enfermos de sarampión; para el niño del senador D. Jacinto María Ruiz; para todas las inocentes víctimas, cuyas gargantas de nieva aprieta hoy, con su mano de hierro, la difteria.

* *

La torta de Reyes va ganando prosélitos, á la vez que se trasforma en otros gâteaux de la moderna repostería. Los habituales contertulios de la Duquesa de la Torre y de los Sres. de Sholtz se repartirán esta noche la clásica torta de Reyes. Las otras fiestas que se anunciaron como próximas no parecen. Los Condes de Vilana no reciben por ahora. Tampoco la Duquesa de la Torre dará bailes en su hotel. Sólo sigue organizándose en él la representación dramática de que ya hablamos, aunque sin plazo marcado.

* *

Como el tiempo está malo, no se habla sino de enfermedades. No son sólo los niños los que sufren padecimientos; las personas mayores se ven forzadas también á guardar cama y a entrar en relaciones directas con los médicos y las boticas. Aquí y allá se ve suspendido un baile, aplazada una reunión por causas de enfermedad. A la primera tertulia celebrada el lunes en casa de los Marqueses de Molins, más que á otra cosa, fueron sus amigos á preguntar por la salud del noble Marqués, que padece un ataque de reuma, felizmente sin gravedad. También está en cama el Marqués de la Vega de Armijo, con un fuerte resfriado».
___

Como nos contaba La Época, desde el más desamparado hasta la más rancia aristocracia, todos enfermaban y algunos fallecían víctimas de una salud débil o la falta de cuidados.

Benito Pérez Galdós, en otro artículo para La Prensa titulado “Precauciones sanitarias”, del 17 de noviembre de 1884, decía:
«… nos hemos acostumbrado ya a mirar cerca el mal, y hemos llegado a cometer la imprudencia de reírnos de él. Durante algún tiempo el tema de los microbios fue una mina muy socorrida de chistes y agudezas en la conversación matritense. El tema ha pasado a los teatros populares, precisamente en la ocasión en que se ha renovado el peligro; mas no por eso ha dejado de reír el público».
Ciento cuarenta años después la vigencia de Galdós es un hecho incontestable.


Bibliografía y Cibergrafía

Todo el contenido de la publicación está basado en información de prensa de la época y documentos de propiedad del autor-editor.

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En todos los casos cítese la fuente: Valero García, E. (2021) "Fiesta de la Epifanía. Artículo de Galdós para el diario La Prensa de Buenos Aires. Madrid, 1887.", en https://www.benitopérezgaldós.com/

• Citas de noticias de periódicos y otras obras, en la publicación.
• En todas las citas se ha conservado la ortografía original.
• De las imágenes:
Muchas de las fotografías y otras imágenes contenidas en los artículos son de dominio público y correspondientes a los archivos de la Biblioteca Nacional de España, Ministerio de Cultura, Archivos municipales y otras bibliotecas y archivos extranjeros. En varios casos corresponden a los archivos personales del autor-editor de esta publicación.

 


© 2024 Eduardo Valero García


domingo, 18 de diciembre de 2022

"El odio al orden en las novelas La incógnita y Realidad, de Benito Pérez Galdós". Por Josefina Delgado

 Transcripción del documento enviado por su autora.  

    El trabajo de investigación que da título a este artículo fue publicado en la revista Filología (2014), órgano de difusión de las distintas áreas de investigación del Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas “Dr. Amado Alonso”, Facultad de Filología y Letras. Universidad de Buenos Aires (UBA). 

Su autora, doña Josefina Delgado (Buenos Aires, 1942), gran conocedora y estudiosa de la obra de Don Benito Pérez Galdós, permanece muy vinculada con España por sus raíces y a través de la Cultura; también con el insigne escritor por su participación en Congresos galdosianos y como miembro de Madrid de Galdós y mundo galdosiano, plataforma dedicada a la investigación de su vida y obra, y la actualidad entorno a su figura. 
 
Además de docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, gestora cultural, editora y escritora, Delgado fue subsecretaria de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2007-2011); subdirectora de la Biblioteca Nacional (2001-2002) y directora de las Bibliotecas de la Municipalidad de Buenos Aires (1986-1989 / 1996-2000), conformando estos cargos una pequeña porción de su extenso Currículum vitae. 
 
En septiembre de 2022 fue declarada Personalidad Destacada de la Cultura 2021 por iniciativa de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. 
 
    Hecha la presentación, en la que debo destacar la relación directa de Josefina con los escritores Julio Cortázar y Jorge Luis Borges, además de sus conocimientos sobre la vida y obra de Alfonsina Storni y de la amiga de esta, Salvadora Medina Onrubia, dueña del diario Crítica, me permito una breve introducción.
 
 
Fruto del diálogo que mantengo con Josefina a través de Madrid de Galdós y mundo galdosiano, y de la correspondencia personal que intercambiamos, recibí este trabajo el pasado mes de noviembre y solicité su autorización para publicarlo. El análisis que presenta, exquisito en su narración y excelente en su contenido, viene a mostrar sus conocimientos sobre las fórmulas narrativas de Galdós y la constante confrontación de este con el orden establecido en una sociedad encorsetada, burguesa e hipócrita.
 
Josefina Delgado, como lo hiciera Germán Gullón, acerca las posturas narrativas de Henry James a las de Pérez Galdós, atendiendo a la conciencia y los aspectos psicológicos de las personas más allá de la falsa moral asociada al adulterio.
 
Es mi intención ofrecerlo al público general, y a los estudiosos y entusiastas de la vida y obra de Don Benito Pérez Galdós, como texto enriquecedor del constante descubrimiento y conocimiento de su persona a través de su obra.
 
Eduardo Valero García 
 
 
 
 
El odio al orden en las novelas La incógnita y Realidad, de Benito Pérez Galdós
Josefina Delgado (2013)
 
Resumen 
La secuencia de las novelas de Pérez Galdós La incógnita, Realidad (novela) y Realidad (pieza teatral) revela mecanismos que pueden ser encuadrados en la génesis del texto literario. Escritas entre 1887 y 1888, las dos novelas plantean el terma de la reescritura, y el odio al orden, que atraviesa las tres piezas, se convierte en su principio constructivo. 
 
Abstract 
The sequence of the works of Benito Pérez Galdós La incógnita, Realidad (novel) and Realidad (theatrical work) reveals mechanisms that can be framed in the genesis of the literary text. Written between 1887 and 1888, these two novels raise the topic of rewriting, and the hate towards orderliness, which spans the three texts, becomes its constructive principle.


El odio al orden es uno de los motivos más frecuentes en las novelas de Pérez Galdós. Se entiende orden como la coacción que la sociedad ejerce sobre sus integrantes para garantizar la perpetuación del sistema social. En novelas como Fortunata y Jacinta, Nazarín o Tristana, aparece, con matices, en algunos de sus personajes, como la imposibilidad de sujetarse a una pragmática de lo cotidiano que exige sacrificar los deseos personales. En otras, como Lo prohibido, La familia de León Roch o Doña Perfecta, se muestra claramente como la tensión entre los que defienden lo establecido y sus oponentes, a los que llevan finalmente a una vida de restricción completa. Pero el odio al orden adquiere en las novelas La incógnita y Realidad una funcionalidad estructural, ya que se convierte en el principio constructivo de estas dos versiones de un mismo acontecimiento. Escritas entre 1887 y 1888, las dos novelas plantean el tema de la reescritura, ya que se trata, en el caso de La incógnita, de una novela epistolar, y en el caso de Realidad, de una novela dialogada, empeño al que se abocó Pérez Galdós promediada ya su obra narrativa y que sería en cierto modo un ejercicio de transición hacia el teatro de sus últimos tiempos. En Realidad, algunas acciones se modifican, y en todo caso, para quien lea las dos novelas en su orden de composición, queda la posibilidad de preguntarse cuál es la verdad completa, o si las variantes no se deben a los puntos de vista elegidos. 
 
La incógnita y Realidad muestran claramente el andamiaje visible de una estructura de relaciones sociales. En ambos casos, el núcleo temático del adulterio y la traición se encuentra sobrecargado por las técnicas del contraste con la información que se trasmite de boca en boca y con todas las variantes de la opinión pública. Magistralmente, Galdós configura un equilibrio artístico entre los motivos del crimen de la calle del Baño, que ninguno de sus personajes puede resolver, y la muerte de Federico Viera, el amigo de todos, el “buen muchacho” que vive por encima de sus posibilidades pero que nunca pide ni se rebaja a mostrar sus dificultades personales, y en ello reconocen los otros su dignidad. 
 
En la fecha en que se escriben estas novelas, existe en España una burguesía social que va siendo conformada por el ascendente capitalismo. La riqueza de Tomás Orozco es producto de la habilidad financiera de su padre, a quien hereda, y él no hace nada por acrecentar esa riqueza. Como en Torquemada, aunque en mucha menor medida, la riqueza de Orozco alcanza para una buena vida, para el lujo de casa abierta a los amigos, y para que Augusta, su esposa, una mujer hermosa y joven que no entiende la santidad de su marido, vista con trajes de moda y gran refinamiento. Ya en la última novela del ciclo de Torquemada, Torquemada y San Pedro, aparece nuevamente Augusta como invitada al palacio de las Gravelinas, donde los nuevos ricos se han instalado y lucen la pintura medieval comprada a su padre, Cisneros. Esta transparente relación entre el dinero, el poder y las relaciones sentimentales tiene en la novela europea del XIX un exponente cercano por su planteo a Galdós. Se trata de Henry James, quien, en novelas como The Golden Bowl, toma el tema del ocultamiento de relaciones adúlteras como una cobertura del valor fetichista del dinero en la sociedad burguesa. La diferencia entre James y otros escritores decimonónicos consiste en que su análisis engloba los procedimientos narrativos a la vez que su análisis social. Si las novelas de Balzac o Zola sirven a un mensaje moral, social y político, en las de Galdós, como en las de James, se analiza con más atención la conciencia y la psicología individuales. Ello da como consecuencia, en este caso, lo que podría llamarse dos novelas de adulterio, pero como en otras oportunidades, en ellas –tal como lo propone Stephen Gilman (1985)– Galdós plantea su diálogo con las ideas dominantes a partir de sus personajes y sus acciones. 
 
Si en las novelas de adulterio del siglo XIX (Madame Bovary, Ana Karenina, Effie Briest) el castigo termina con toda aspiración femenina de ruptura del orden, en Galdós observamos una verdadera subversión de las ideas dominantes: Fortunata triunfa con sus teorías sobre el verdadero amor y el derecho, y Augusta, la protagonista de las dos novelas que nos ocupan, no recibe directamente el castigo, sino a través de su amante Federico, gran amigo del marido y verdadera conciencia en caos, que solo alcanza a resolver por la muerte el conflicto en el que se debate. 
 
Esta subversión planteada por Galdós y subrayada por Gilman lleva a un planteo oblicuo, esquivo, en el cual la libertad de Augusta y su empeño en mantener su relación con el amante y aun ayudarlo con el dinero del marido tienen que ver con una falta de conciencia moral que Federico marca en cierto momento como la falta de respeto a la “dignidad del varón”. Es decir que, finalmente –y esto se ve con mayor claridad en Realidad, donde el diálogo fantástico entre Federico y la Sombra de Tomás y luego entre Tomás y la Imagen de Federico ya muerto plantea, a diferencia de La incógnita, el diálogo entre los dos varones–, el verdadero núcleo no es el adulterio sino que aquí Galdós da una vuelta y plantea la traición al amigo, al hombre generoso al que casi todos reconocen como un Santo. 
 
Pero aquella “opinión pública”(1) a la que Galdós acude como una manera de relativizar las verdades ofrecidas como sospecha en un caso y como realidad en otro cambia en sus versiones la esencia de Tomás Orozco y ofrece la posibilidad de juzgarlo de otra manera: ya no sería un hombre generoso sino un egoísta de los que no saben amar y por lo tanto se sumen en un delirio casi místico, al que Augusta verá como un tic, como una forma de la locura a la que llama “parálisis general”.(2) 
 
(1) “Allí se desmenuzan las cuestiones que van saliendo, traídas por la prensa, o por ese otro periodismo hablado sotto voce que no se atreve a expresarse en letras de molde. Hay noches benignas en que las hachas sólo despuntan las ramas, pero otras, querido Equis, caen con estruendo y furia los troncos más robustos. Creerías que están todos poseídos de un vértigo ecualitario, de un furor terrorista y guillotinante, ansiosos de establecer para los casos de moral el nivel del suelo raso. Durante varias noches se trató del crimen misterioso de la calle del Baño (habrás leído algo de esto en la prensa), y excuso decirte que prevaleció con gran lujo de fundamentos lógicos la popular especie de que influencias altísimas aseguraron la impunidad de los asesinos” (Pérez Galdós, 1942a: 740). 
 
(2) “Augusta.- [...] Pues bien, eso que parece una exaltación de bondad, ni es sino locura, hijo mío, locura, que no se manifiesta aun ante el mundo, pero que en la intimidad de la vida doméstica resulta bastante clara para que yo la comprenda y la deplore. No lo dudes, Tomás tiene un principio de parálisis general. Con sana razón, no puede existir virtud semejante...” (Pérez Galdós, 1942b).
 
Esta maestría de Galdós para crear ambigüedad es una forma de mostrar su orientación hacia la novela moderna. Cabe preguntarse si este principio constructivo del odio al orden pertenece a la categoría de motivación explícita, o forma parte de las motivaciones profundas de la trama. Probablemente, Galdós lo apuntó como uno de los temas a desarrollar y luego fue disponiéndolo como elemento constitutivo de los distintos personajes, ya que aparece en ellos con distintos valores: en Cisneros, como postura social que lo distingue de los otros y le permite mantener una autonomía personal muy grande;(3) en Federico, como una forma de enfrentamiento con el padre, que se acentúa en la reescritura de Realidad; en Manolo Infante, en La incógnita, como la filosofía del niño rico y holgazán que se dedica a la política a falta de algo mejor que hacer; en Tomás Orozco, como la posible raíz de su búsqueda de perfección y su cuestionamiento de valores sociales falsos, más visible en Realidad,(4) y finalmente en Augusta, como el grito de rebeldía de la mujer reducida a personaje secundario en una sociedad de hombres.(5)
 
(3) “Que esas cuadrillas de vividores que se llaman partidos y grupos se dividan cada vez más; que los gobiernos sean semanales, y tengamos jaleos y trapisondas un día sí y otro también. Esta movilidad, este vértigo encierran un gran principio educativo, y el país va sacando de la confusión el orden, de lo negativo la afirmación y de los disparates la verdad. Yo, que siento en mí este prurito de la raza, me alegro cuando sopla aires de crisis, y aunque no la haya digo y sostengo que la hay o que debe haberla...para que corra...” (Pérez Galdós, 1942a: 717) 
 
(4) “Orozco. — [...] Hija de mi alma, sería insoportable este plantón de la vida terrestre, si no se permitiera uno, de vez en cuando, la humorada de hacer algo diferente de las acciones comunes y vulgares. El papel de comparsa no me ha gustado nunca” (Pérez Galdós, 1942b: 875). 
 
(5) “Augusta. — (Para sí.) [...] Declaro que hay dentro de mí, allá en una de las cuevas más escondidas del alma una tendencia a enamorarme de lo que no es común ni regular. Las personas más allegadas a mí ignoran esta querencia mía, porque la educación me ha enseñado a disimularla. pues sí, tengo antipatía al orden pacífico del vivir, a la corrección, a esto mismo que llamamos comodidades. [...] Este compás social, esta prohibición estúpida del más allá me hace a mí maldita gracia. Y lo peor es que la educación puritana y meticulosa nos amolda a esta vida, desfigurándonos, lo mismo que el corsé nos desfigura el cuerpo. [...] Tener un secreto, burlar a la sociedad, que en todo quiere entrometerse, es un recurso de nuestras almas con corsé, oprimidas, fajadas” (Pérez Galdós, 1942b: 833).

Pero lo curioso es que la reescritura cambia las afirmaciones respecto del odio al orden: lo que algún personaje dijo en La incógnita aparece en boca de otro en Realidad, y es sobre todo Augusta la que asume dichos de Cisneros o de Manolo Infante. Habría que considerar, entonces, si la verdadera motivación ideológica del autor no correspondería más bien a su cuestionamiento de “la dignidad del varón”, tema que vincula a los dos personajes masculinos principales y excluye a la mujer como ser asocial.(6) Este es, en todo caso, también uno de los ejes de su pensamiento, explícito principalmente en Fortunata y Jacinta, donde la dignidad del varón termina siendo anulada por el trato formalizado entre las dos protagonistas. El trato aquí, en todo caso, lo explicita Augusta con gran valor cuando dice de Tomás: “El se merece más, yo le doy lo que puedo. La equidad es letra muerta en cosas de amor” (Pérez Galdós, 1942b: 852). 

(6) “Federico.— [...] La realidad del hecho en mí la siento; pero este fenómeno interno, ¿es lo que vulgarmente llamamos realidad? [...] ¡Pobre mujer! Alucinada por el amor, has perdido de vista la ley de la dignidad, o, al menos, desconoces en absoluto la dignidad del varón” (Pérez Galdós, 1942b: 900).

Orden y dignidad terminan siendo la cobertura de la idea de propiedad de la ideología burguesa, que en España corre hacia su máximo cenit, y se extiende hacia los sentimientos aunque se la presente con variantes transgresoras. Hay que destacar, al mismo tiempo, que Galdós utilice al final de La incógnita un recurso que lo asemeja a Cervantes y a los artistas barrocos: la mirada desde fuera del texto, el reconocimiento de que este no es más que un artificio, mecánico casi, cuyo producto no pertenece a nadie y cuyo autor no existe. Que el destinatario de las cartas de Manolo Infante, el querido Equis, haya metido las cartas de su amigo en el arca de los ajos y allí se hayan transformado en la novela Realidad no es más que una muestra de la ironía novelesca de Galdós, que lo muestra como un agudo y reflexivo escritor de fines de siglo, que mira una sociedad a la que apenas puede reconocer la capacidad de lograr el armónico desarrollo y la posibilidad de hacer felices a sus miembros. 
 
También es un elemento constructivo de la novela la búsqueda de la verdad, que guía principalmente a Manolo Infante en La incógnita, y que sostiene ciertas observaciones en relación con la escritura: la famosa afirmación de que “la idea es la madre de los hechos” y que hace que Infante interprete lo que ve a la luz de su propia intuición,(7) forzando a veces de acuerdo con su deseo de conquistar a Augusta algunas de las posibilidades de los mismos hechos. De acuerdo también con esto, Manolo Infante declara no aferrarse a las opiniones, persiguiendo la verdad objetiva.(8)
 
(7) “Mientras los demás roen el crimen, yo mastico mi enigma; digo, mío no, de ella, y trato de dilucidar el arduo punto de quién será su cómplice” (Pérez Galdós, 1942a:764). 

(8) “Es que yo no me aferro a las opiniones, ni tengo la estúpida vanidad de la consecuencia de juicio. Observo lealmente, rectifico cuando hay que rectificar, quito y pongo lo que me manda quitar y poner la realidad, descubriéndose por grados, y persigo la verdad objetiva, sacrificándole la subjetiva, que suele ser un falso ídolo fabricado por nuestro pensamiento para adorarse en efigie” (Pérez Galdós, 1942a: 142).

En cuanto al tratamiento del decoro femenino, notamos algunas variantes respecto de novelas anteriores. Cuando en Fortunata y Jacinta Feijóo aconseja a Fortunata que regrese con Maximiliano y resume la filosofía burguesa respecto de la mujer, está muy lejos de esta Augusta que se sabe casada con un santo pero que no puede aceptar una vida matrimonial donde no hay pasión ni deleite físico: “el dogma frío y teórico de este hombre no me entra” (Pérez Galdós, 1942b: 924). Tampoco Augusta es la feroz Fortunata, cuyo amor posesivo por Juanito Santa Cruz la lleva a todos los engaños posibles: Augusta siente que la santidad de su marido la autoriza a vivir su cuerpo en plenitud, pero cuando presencia la escena de la muerte de Federico su vida se corta en dos y admite ante Manolo –en La incógnita– no haber sido honrada pero afirma su voluntad de volver a serlo. Y se destaca como personaje porque encarna la posibilidad de imaginar con total libertad, como en el diálogo sobre las posibles soluciones al crimen de la calle del Baño, donde se empeña en sostener “no soy sistemática” o “me carga lo razonable”(9) Galdós no se limita a mostrar este rasgo de la protagonista como un elemento de su carácter(10) sino que lo lleva fuera de la diégesis de la novela como una posibilidad de que la imaginación supere(11) no solamente las limitaciones burguesas sino también “el realismo vulgar de la novela decimonónica” (Rodríguez Puértolas 1975: 21).
 
(9) “Augusta. —Yo no soy sistemática; pero me inclino comúnmente a admitir lo extraordinario, porque de este modo me parece que interpreto mejor la realidad que es la gran inventora, la artista siempre fecunda y original siempre. Suelo rechazar todo lo que solemos llamar razonable para ocultar la simpleza que encierra. ¡Ay! los que se empeñan en amanerar la vida no lo pueden conseguir. Ella no se deja, ¿qué se ha de dejar?” (Pérez Galdós 1942b: 823). 
 
(10) “Augusta. — [...] Pero yo no busco el interés febriscitante. Es que sin darme cuenta de ello, todo lo vulgar me parece falso, tan alta idea tengo de la realidad... como artista; ni más ni menos” (Pérez Galdós 1942b: 24). 
 
(11) “Federico. — [...] Pero no nos lancemos por sistema a lo novelesco, ni por huir de un amaneramiento caigamos en otro, amiga mía” (Pérez Galdós, 1942b: 24).

Si la frustración personal del autor –aquel inicial amor con su prima Sisita, la hija de su tío materno y Adriana Tate, una norteamericana liberal que vivió en Canarias y le enseñó inglés– fue la matriz en la que se gestó su concepción de las relaciones entre los sexos, nunca podremos afirmarlo con total certeza. Sí, en cambio, que sin duda Galdós, como dice Alan Smith (1994), “ilusionado y visionario”, confió en que una no muy lejana aurora histórica descubriera que la vida puede ser vivida con la imaginación que la idea de la propiedad burguesa no tolera.(12) Para ello, la imaginación sirve de instrumento taumatúrgico, de revelador iluminado de todo lo que puede esconderse detrás de una incógnita. La imaginación crea la realidad, la idea es la madre de los hechos, una solución de corte idealista que, sin embargo, anticipa todas las teorías según las cuales desde los textos se anticipa una realidad que no puede definirse de otra manera. 

(12) “La Sombra.— Has dicho que me habías ofendido quitándome mi mujer. ¿Qué quiere decir eso? Augusta no es mía. [...] Nadie es de nadie. La propiedad es un concepto que se refiere a las cosas; pero a nada más... Los términos mío y tuyo no rezan con las personas. [...] Hemos convenido tú y yo en que se quedaron allá abajo, en las capas donde el vulgo rastrea, todos esos convencionalismos pueriles, y los aparatos legales que arma la sociedad por el gusto ridículo de dificultarse su propia vida” (Pérez Galdós 1942b). Las palabras finales son dichas por Augusta en La incógnita.

Cuando se habla del realismo del siglo XIX, hay que cuidarse de aquella crítica literaria que reivindica la mímesis como una condición de este realismo. Nunca como en estas dos novelas Galdós fuerza la mímesis y critica la verosimilitud. Por ello es que el final de Realidad, cuando Orozco se ve obligado a definirse en relación con la muerte de Federico, quita por cierto ambigüedad al desarrollo de la acción, llevándola a un moralismo incompatible con sus posturas anteriores: “te arrancaste la vida porque se te hizo imposible colocada entre mi generosidad y mi deshonra” (Pérez Galdós, 1942b: 927) 
 
 
Filología /XLIV (2012) ISSN 0071-495x
Fecha de recepción: 21/10/2013. Fecha de aceptación: 15/01/2014.
 

 
Bibliografía y Cibergrafía
 
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Datos bibliográficos y de ubicación:
 
DELGADO, Josefina, 2014 "El odio al orden en las novelas La incógnita y Realidad, de Benito Pérez Galdós". Filología, publicación del Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas “Dr. Amado Alonso”, Facultad de Filología y Letras. Buenos Aires, Argentina. Editor: Universidad de Buenos Aires (UBA), NUM. 44 (2012), pp. 57/62. ISSN 0071-495x. 
 
Copyright de la fotografía:
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domingo, 2 de mayo de 2021

Discurso de Galdós previo a las Elecciones generales. Madrid, 1907

    Resulta anecdótico conocer el lugar donde Benito Pérez Galdós dará un discurso previo a las Elecciones generales de 1907. La noche del 18 de abril de aquel año se celebró un mitin en la sede del Casino Republicano de la calle Pontejos, 1. Sin lugar a duda, un espacio muy representativo y del que continuamos esperando la colocación de una placa municipal señalizando la casa de los Santa Cruz, donde vivió Jacinta.

Calle Pontejos, 1. Captura de Google maps (Localización)

"Los de Santa Cruz vivían en su casa propia de la calle de Pontejos, dando frente a la plazuela del mismo nombre; finca comprada al difunto Aparisi, uno de los socios de la Compañía de Filipinas. Ocupaban los dueños el principal, que era inmenso, con doce balcones a la calle y mucha comodidad interior.
 
    Y es curioso descubrir que en ese domicilio había estado hacia 1894 la sede del Casino Carlista y los Círculos Tradicionalista y Alemán. En aquellos tiempos, la sede del Casino Republicano se situaba en la calle del Príncipe, 12, y en 1897 ya ocupaba el principal de Pontejos, 1, donde se instalará, además, la Tertulia Republicana Progresista. 
 

 
    En 1907 el Casino ocupaba la segunda planta. Y a esta sede, una de las muchas repartidas por cada distrito, acompañarán al escritor importantes oradores del partido, los señores Morote, Castrovido, Vicenti, Calzada y Morayta. Según noticias de la prensa, Galdós leyó unas cuartillas -algo inusual en él-, recibiendo el fervoroso aplauso de la concurrencia. 
 
 
 




    Al día siguiente, Eduardo Barriobero y Herrán escribía en El País la columna titulada Los literatos en la política (A propósito de Pérez Galdós), en la que decía:
    El hecho de anteponer la representación ideológica de un voto, á la de un cerebro, retrata un estado de alma desconsolador y lamentable, porque pudiera ser un estado del alma nacional absorbida ó encanallada en los odios de facción, ó en las repugnantes luchas caciquiles. 
    Solo en España, en donde la vida intelectual tiene su campo acotado y amurallado fuera de la jurisdicción política, en donde á las funciones del Estado no concurren, porque no se les llama, los artistas ni los sabios, puede haber ocurrido que al analizar la figura de Galdós, puesta de relieve por un acto transcendental, la vista escrutadora se haya detenido en la mano emitente de una papeleta ó en los labios que guardan en estado potencial un sí ó un no, cuya cualidad subjetiva no se sabe aún si ha de ser substancial ó formal, transitoria ó definitiva, dejando en segundo término el cerebro de donde brotaron ideas que han impreso carácter á una época. 
    Todos los pueblos han tenido en cuenta que el literato es un ser complejo, en la formación de cuyo carácter entran, el sentido de la realidad, porque sin él no sabría producir la emoción estética y el elemento filosófico, del que se sirve para buscar la entraña de las cosas, lo verdadero, lo universal y trazar así la pauta para idealizar lo que de la vida recoge en sus obras. Y como el arte de gobernar consiste indudablemente en someter la vida á una observación reflexiva y minuciosa para trazar después reglas que la fijen y la conserven en sus estados normales, de aquí que en todas las edades del mundo, los pueblos hayan vuelto sus ojos á los literatos en demanda de consejos sobre el desarrollo y la práctica do este arte menospreciado y envilecido entre nosotros. 
    Los reyes de Israel todos fueron poetas; los doce Césares romanos, al decir del veracísimo Luctonio, compusieron obras de carácter literario; en la antigüedad griega, sabido es que tuvo más importancia un poema que una ley, y unos juegos florales mucho más que una de aquellas guerras heroicas; los califas orientales, con ser, como se ha dicho, á mi juicio con error, cerebros de segundo orden, se cuidaron más de las Bibliotecas públicas que de sus propios alcázares, no obstante las exigencias de sus costumbres epicúreas. Solo cuando los pueblos caen en el estado de postración que da origen al despotismo feudal, se permiten las clases directoras del orden político la indolencia de vivir en el analfabetismo más vergonzoso, y en la época feudal sabido es que mientras el gremio, la corvea y la servidumbre vestían de esparto y comían el potaje negro, por los valles y los bosques dedicábanse á la caza de la fiera ó del hombre, indistintamente, los señores biliosos, los abades panzudos y borrachos y los reyes histriones ó idiotas. Los albores de la civilización moderna rechazan á estas bestias en las leyendas y los museos, y de ellas quedan sólo en la vida los reyes, exteriores á sí mismos y ajenos al medio ambienta intelectual que comienza á crearse, invierten sus ocios, es decir sus días enteros, en tareas mecánicas; se hacen sastres como Carlos II de Inglaterra ó carpinteros como nuestro Carlos IV. 
    La revolución francesa, la verdadera revolución, la idea matriz de aquella transformación repentina en el espíritu del pueblo, cuyas conmociones lo llevaron un momento á la locura de la sangre, obra fué de literatos y filósofos, de medio ciento de libros nutridos de esa dinamita sana, consoladora, fortaleciente que supieron elaborar aquellos maravillosos alquimistas cuya generación comienza en Rabelais y concluye en Voltaire. 
    Mas bien podría decirse que no concluye, pues, en Francia, y tal vez á esto se deba su prosperidad intelectual, á la llamada aristocracia de la sangre, sucede en el gobierno la verdadera aristocracia del talento y así han llegado casi hasta nosotros, el acento solemne y los desconcertadores apostrofes de Víctor Hugo, á quien nuestros vecinos apartaron muchas veces de su labor artística para que con su genio poderoso detuviera el avance de la reacción y cortara las alas de las águilas napoleónicas, cuya voracidad ponía de nuevo en peligro las vidas y las haciendas de aquel pueblo hastiado de tiranías y de luchas sangrientas. 
    En España el talento literario no ha merecido ni aun esta confianza. Espronceda fue diputado y no encontraron sus jefes políticos tarea más tísica que encomendarle que un discurso acerca de las lanas; avergonzado sin duda de esto, se precipitó á refugiarse en los brazos de la muerte. Echegaray fue literato después de haber sido ministro. No he podido averiguar qué cosa era más difícil en aquel tiempo, si conseguir una cartera ó estrenar una obra, y así, no puedo decir si rodeó ó si tomó el atajo para llegar á donde le llamaba su vocación. En una palabra: entre nosotros, la organización esencialmente burguesa ha impuesto á las medianías, y por esto sorprende y desconcierta el que se apunte el nombre de un genio y mucho más el de un literato do genio en la lista de los que el pueblo cree llamados á regir sus destinos. 
    Claro está que si en vez de abnegación se pusiera amor propio ó espíritu de categoría en estas determinaciones, después de haber sido Maura presidente del Consejo y Sánchez Guerra y García Alix ministros, Galdós debiera de mirar con asco todo lo que significa intervención más ó menos directa en las funciones del Estado; pero además de la abnegación característica de los hombres fuertes, Galdós, como todos los artistas, tiene la costumbre de producir para el goce do los demás, y en este sentido acepta gustoso lo que, al no reunir estas condiciones, lastimaría su dignidad indudablemente. 
    Por lo que se refiere al partido, merece una felicitación cordialísima por el buen acuerdo de haber distinguido este nombre. Galdós literato podrá ser discutible, porque hoy no hay obra que resista al análisis, y porque el gusto de nuestra época está en un estado vacilante, en un estado de formación y depuración, dentro del que, necesariamente, ha de carecer de ideas concretas; pero el radicalismo debe á Galdós más que el acta de diputado y acaso más que una estatua.

 



 

Bibliografía y Cibergrafía

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© 2021 Eduardo Valero García


domingo, 14 de marzo de 2021

Olimpia Agosti y un paisaje para Galdós.

Recuerdo aquel breve artículo que titulé “Me llamo Fanny Crespo, y conocí a Galdós”. Entre autobiografía y añoranzas, una joven cubana contaba en 1917 detalles sobre el día en que conoció a Galdós en "San Quintín", allá por las postrimerías del siglo XIX. Acompañaba al texto una fotografía de Fanny.

Resulta entrañable -al menos para mí-, conocer a personas cercanas a Don Benito que no han tenido ninguna trascendencia en las biografías del escritor. Personas que le apreciaban y admiraban; que le ofrecían regalos cargados de afecto; que compartieron con él un breve instante de sus vidas, como Fanny y muchos otros, o como Olimpia Agosti.

 

La historia de este nuevo artículo 
Durante una llamada telefónica informal, hablando de temas de actualidad y recordando siempre a Galdós, la conversación fue centrándose en la gran cantidad de objetos pertenecientes al escritor, conservados con celo por sus herederos. 
 
Don Benito era coleccionista de todo tipo de objetos; de hecho, dedicó un interesante artículo a los apasionados por el coleccionismo en sus colaboraciones para el diario La Prensa, de Buenos Aires. Fue hacia el año 1893. 
«De todas las pasiones inofensivas de nuestra época, la mejor sin duda es el coleccionismo, que en ocasiones resulta de grande utilidad. No sé si en los siglos medios y en el Renacimiento existió la monomanía de las colecciones. Es creíble que sí. Por de pronto, las bibliotecas fruto son de aquella pasión, y fruto preciadísimo; pero no se sabe que existiese quien se pasara la vida juntando objetos de un orden caprichoso».
 
A su colección particular se suman objetos personales, recuerdos de diversas clases y valiosos regalos recibidos durante su vida. Algunos forman parte del patrimonio de la Casa-Museo Pérez Galdós y de otras instituciones y colecciones privadas. 
 
Yo también soy coleccionista; fundamentalmente por mi condición de investigador, pero también por una rareza: mi interés en mantener vivo el recuerdo de las historias anónimas que guardan los objetos antiguos. Por eso presté mucha atención cuando desde el otro lado del aparato resonó: 
 
«-Olimpia… Olimpia Agosti…» 
 
Ese era el nombre de la autora de un pequeño paisaje pintado al óleo obsequiado a Galdós. Su nombre aparece en la firma de la obra, también grabado en el lujoso marco y en la dedicatoria del reverso. 
 
 


 

 
«Al insigne novelista Pérez Galdós. 
Su admiradora y amiga 
Olimpia Agosti» 
 
Unas fotografías del cuadro y el año trazado a pincel en la firma eran todo cuanto tenía para dar con el paradero de Olimpia. ¿Quién era? ¿Cuáles sus orígenes? ¿Por qué conocía a Galdós? 
 
A continuación iremos conociendo las respuestas a tantos interrogantes. Podrían simplificarse, pero considero interesante aportar el máximo de información posible para interpretar el universo que pudo rodear a Galdós aquellas tardes estivales en "San Quintín"; momentos en que, quizás, conoció a muchas de las personas que citaré. 
 
La familia Agostí 
El apellido se encuentra escrito indistintamente Agostí o Agosti, por lo que utilizaremos el segundo, que es el más habitual y así aparece en la firma. 
 
 
El Ensayo Histórico Filológico sobre los Apellidos Castellanos, de José Godoy Alcántara (1871), indica que Agostí o Agustí son formas lemosinas de Agustín. El lemosín es un dialecto del occitano o lengua de oc. 
 
Según D. Juan Pablo Calero Delso, la familia era originaria de la región italiana de Piamonte y había llegado a España durante la invasión napoleónica.[1] Sin embargo, existen referencias de la presencia de los Agosti en España desde 1518 como estudiantes del Colegio mayor de San Clemente de los Españoles, fundado en Bolonia en el siglo XIV. En la lista de colegiales publicada en el libro El colegio de Bolonia: centón de noticias relativas a la fundación hispana de San Clemente, de D. Pedro Borrajo y Herrera y D. Hermenegildo Giner de los Ríos (1880), aparecen citados: 
«Jacobo Agosti del Castillo, Zaragoza, 18 de Marzo de 1518. Fue profesor de Digesto en 1521. Su padre Juan Agosti, que fue Colegial, llegó a ser Regente de la Chancillería de Zaragoza. A. 12, T. 5º» 
Dos grandes ramas sitúan a los Agosti en el Norte de España, principalmente en León y Asturias. También existen referencias de ramas menores en el archipiélago balear, Canarias y Valencia.
 
El tronco de las dos ramas principales que estudiaremos tiene sus orígenes en Ponferrada y Oviedo, con la alianza de los Agosti con la familia Fernández o Fernández-Alberú. De esta unión nacerán Rómulo (fallecido en la infancia), Alfredo, César y Olimpia Cándida; todos nacidos en Ponferrada. 
 
Nuestro interés está puesto en los hermanos Olimpia Cándida y César; principalmente en el segundo y su descendencia. 
 
Olimpia, un nombre arraigado en la familia 
Por los datos que conoceremos a continuación, es indudable que el nombre se perpetúa en la familia y su arraigo puede estar relacionado con el lugar del que emigraron, posiblemente Olimpia (Torino, Italia). 
 

 
En la búsqueda de datos que nos llevan a la relación de Olimpia con el cuadro que regala a Galdós, encontramos varias conexiones que ampliarían aún más la cercanía del escritor con la joven y los Agosti. Incluso Cuba tiene gran relevancia en este cruce de datos. 
 
1 – Olimpia Cándida Agosti de Acevedo 
Olimpia Cándida había nacido en Ponferrada en 1847 y falleció en León en noviembre de 1893. Estaba casada con el alcarreño Valentín Acevedo Calleja (Uceda, 1849 - Oviedo, 1931). El matrimonio tuvo cinco hijos que citaremos más adelante. 
 
Al parecer, a Olimpia Cándida le gustaba el teatro y poseía grandes dotes para la interpretación; cualidades que compartía con otros artistas del mismo apellido, posiblemente emparentadas con las ramas que nos ocupan. 
Un ejemplo es Ricardo Calvo Agostí, quien representó el papel de Rogelio en el estreno de Casandra (1910). Ricardo era hermano de María Calvo Agostí; ambos, hijos y nietos de una importante saga de actores y dramaturgos. 
 
Esta habilidad para la interpretación de Olimpia Cándida queda evidenciada en una noticia del Diario de León del 18 de enero de 1888: 
«La Pasionaria, obra maestra, del laureado poeta Leopoldo Cano, fue interpretada después por la Sra. Doña Olimpia Agosti (…) Verdadera actriz la Sra. Agosti. E inspirada siempre que se presenta en el proscenio, hizo una Petrilla llena de sentimiento, entusiasmando al público, hasta el extremo de arrancarle lágrimas y calurosos aplausos». 
En el libro Galicia, León y Asturias, de Ramón Álvarez de la Braña (1894), recopilación de artículos del autor, destacan las cartas enviadas al director de El Porvenir de León con motivo del viaje que realizó a León y Coruña para asistir a la inauguración del Ferrocarril galaico en 1883. En la correspondiente al 11 de septiembre, redactada en Ponferrada, Álvarez de la Braña dice: 
«El día de mi llegada a esta villa, dieron comienzo las festividades de la patrona Nuestra Señora de la Encina. Como todos los años, hubo fuegos artificiales, globos, corridas de cintas, bailes y funciones de teatro. Las obras dramáticas puestas en escena, fueron desempeñadas con maestría por los aficionados que tomaron parte en ellas, sobresaliendo el Sr. Agosti y la Señora de Acevedo, que estudian como verdaderos artistas los papeles que desempeñan. El teatro estuvo lo que se llama atestado de gente, entre la que vimos familias de León y Astorga». 
Este dato es interesante, pues, si bien ya sabemos que Olimpia Cándida (“Señora de Acevedo”) era una excelente actriz, parece que alguno de sus hermanos (“Sr. Agosti”) también tenía buenas dotes para la interpretación. 
 
Valentín Acevedo Calleja 
Sería una fantasía por mi parte asociar al marido de Olimpia Cándida con Don Benito Pérez Galdós, pero lo cierto es que Valentín había llegado a Madrid en septiembre de 1861, procedente de Uceda, para estudiar en el Instituto de Noviciado el Bachillerato en Artes, título que obtuvo en 1866. Después se matriculó en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central para recibirse de Bachiller en 1869 y en Licenciado en Ciencias Físicas en el año 1870. 
 
Durante el Sexenio Revolucionario hizo oposiciones para profesor de Enseñanza Secundaria, obteniendo plaza en Ponferrada (1876); más tarde obtuvo cátedra en Vitoria (1881) y al poco tiempo la permutó por la misma en un Instituto de León, donde residirá hasta 1901. Al año siguiente se instalará en Oviedo para cubrir la Cátedra de Matemáticas en el Instituto de Bachillerato, del que fue su subdirector desde 1911 hasta su jubilación en 1919. 
 
Republicano y simpatizante de las ideas krausistas, Valentín saldrá por última vez de su domicilio de la calle Uría el 12 de abril de 1931 para depositar su voto en las elecciones municipales que darían paso a la Segunda República. Fallecerá en junio de ese mismo año. 
 
 

 
 
Los hijos del matrimonio Acevedo Agosti 
El matrimonio tuvo cinco hijos: Emma (1878-1967); Esther Olimpia (1880-1970); Alicia (1882-1951); Valentín (1884-1925); y Pilar (1887-?). La familia residió en León desde 1881 hasta 1901; por consiguiente, las hijas fueron famosas en la sociedad leonesa. 
Cuentan que en aquellos tiempos se decía: 
 
«Tres cosas hay en León que no hay en el mundo entero, 
La Catedral, San Isidoro y las hijas de Acevedo». 
 
Cabe destacar la unión de Emma con Rogelio Masip, catedrático del Instituto de Oviedo y diputado provincial. Su hijo, Vicente Masip Acevedo, fue alcalde de Oviedo. 
 
Olimpia contrajo matrimonio con Juan Barthe, alto funcionario de Hacienda y de gran reconocimiento en Oviedo. Una de sus hijas, Emma Barthe y Acevedo, casó con José Tartiere y Alas-Pumariño, II conde de Santa Bárbara de Lugones. 
 
Pilar se casó con José Álvarez-Buylla Godino, abogado y profesor de la Universidad de Oviedo. 
 
Alicia contraerá matrimonio con Esteban Matanzo Pérez, Capitán Juez instructor del regimiento de infantería del Príncipe, de Oviedo. 
 
Importante rama ponferradina y ovetense la de Olimpia Cándida. Ahora conoceremos la de su hermano César: ponferradina, cubana y madrileña. 
 
 
2 – César Máximo Agosti Fernández 
César Máximo había nacido en Ponferrada en 1843 y falleció en Madrid en febrero de 1922. Conocido banquero de la villa y corte, en su juventud se afincó en Cuba. Podemos decir que allí hizo fortuna y regresó a España como tantos indianos. 
 
Ya hemos hablado de su hermana Olimpia Cándida y su familia; ahora dedicaremos un breve espacio a su hermano Alfredo. 
 
Alfredo también había nacido en Ponferrada. Fue un eminente abogado, persona de gran reconocimiento que ostentó el cargo de alcalde constitucional de Ponferrada (1891) y diputado silvelista por la misma localidad (1901). Además, era muy conocido en el ambiente cultural ponferradino por su condición de poeta. 
En 1911 había publicado un pequeño librito titulado Ante el castillo de Ponferrada - Nocturno. Uno de sus versos decía: 
 
«Castillo por el tiempo derruido 
y por el hombre, que a su vez le ayuda 
con el rudo golpear de la piqueta 
a hacer escombros sus cuarteados muros, 
arrastrado por torpes egoísmos 
o de afán destructor, que nadie explica».[2] 
 
 Ya tenía publicados otros libros de poemas, entre ellos, Con motivo de la coronación de la Virgen de la Encina, Patrona del Bierzo (1908). 
 
«Yo sé bien que los pueblos a veces 
pensando en lo eterno 
a los cielos dirigen sus ojos 
y conocen de Dios el imperio: 
pero sé que los cielos responden 
tan sólo a los pueblos 
que han sabido cumplir sus deberes 
y han sabido ejercer sus derechos». 
 
En 1912 se publicará Poco o nada, obra que incluye los ya citados y otros versos, como Con motivo de los terremotos de Messina; Las almas de los dos; Yo quisiera…; Epicúrea, entre otros.
 
Alfredo falleció en Ponferrada en 1931. Una calle de esa localidad lleva su nombre. 
 
 
Sin lugar a duda, los hermanos Agosti eran cultos, de familias acomodadas y bien relacionadas con la alta sociedad. Tanto en los periódicos leoneses como santanderinos y ovetenses, quedaba plasmada su activa participación social, no sólo en fiestas y celebraciones, sino también como benefactores de los más necesitados. 
 
Volvemos al afamado banquero César Máximo. 
Este ponferradino contrajo matrimonio en Cuba con Elena Regia García-Vieta, joven de la burguesía cubana. Fruto de esta unión nacerán seis hijos, uno de ellos fallecido a los tres días de nacer.
 
Elena Regia García-Vieta 
Elena había nacido en San Juan de los Remedios, Santa Clara, Cuba, en octubre de 1857 y falleció en Madrid en marzo de 1940. 
Era hija del asturiano José Antonio García y García, nacido en 1825 en Villaviciosa, y de Elena Amalia Josefa Vieta Esquerra (San Juan de los Remedios, Santa Clara, Cuba (1827 – 1890). Esta señora era hija de Mariano Salvador Félix Vieta y Sastre, nacido en Barcelona en 1795 y de Josefa María Esquerra Pérez, nacida en San Juan de los Remedios, Santa Clara, Cuba, en 1798. Tanto José Antonio como Elena Amalia fallecieron en Cuba. 
 
Los hijos del matrimonio Agosti García-Vieta 
Elena Regia tenía hijos de un matrimonio anterior. Los hijos del matrimonio Agosti García-Vieta serán: 
 
- Concepción Olimpia (La Habana, Cuba, 8 de diciembre de 1875 – ?). Olimpia contrajo matrimonio con Jaime Losada, al parecer odontólogo o practicante de Puebla de Sanabria (Zamora). 
 
Según los datos genealógicos conocidos, fruto de esta unión fue Carlos Losada Agosti (1901 – 1980 aprox.). Quizás también -y es casi indiscutible por tradición familiar- Olimpia Losada, quien aparece en una noticia de La Voz de Asturias del 25 de diciembre de 1924 como intérprete del papel de Fausta, personaje del juguete cómico El Goya, de Muñoz Seca y Pérez Fernández. La obra se había representado el día 21 en el Teatro Victoria, de Tineo, a beneficio del Sodado Mutilado. 
 
La Casa-Museo Pérez Galdós conserva dos cartas de Olimpia dirigidas a Don Benito en 1915.
 
Carta de Olimpia de Losada (nacida Agosti). Timbrada el 10 de febrero de 1915 [3]
 
- Elena (La Habana, Cuba, 14 de enero de 1879 – ?). 
 
- Julio (La Habana, Cuba, 2 de septiembre de 1884 – ?). Fue Delegado de la Compañía Arrendataria de Petróleos, en Almería (1930). Contrajo matrimonio con Elena Romero y Ortigosa en la Capilla de San Roque (El Sardinero) en octubre de 1908. 
 
- Arturo (Madrid, 25 de octubre de 1887 – 1960). Alto funcionario del Banco Hispano Americano de Torrelavega (Cantabria). Del matrimonio con María Antonia Moreno-Elorza Comas nacerán tres hijos: María Antonia (1919 – 2000), César (1920 - ?), Arturo (1922 – 2002) y José Antonio (1929 - ?). Las conocidas dotes de interpretación de los Agosti surgen una vez más con el hijo de Arturo, el conocido actor Carlos (Arturo) Agostí
 
- María Digna de las Mercedes (Madrid, 22 de septiembre de 1888 – ?). 
 
- Justo (o Fausto) Federico (Madrid, 21 de julio de 1899 – Falleció a los tres días de nacer). 
 
Con estos datos se completa toda la información recopilada sobre la familia Agosti y las dos ramas principales. 
 
Como hemos visto, parte de la descendencia de César Agosti había nacido en La Habana. A finales de la década de los 80 del siglo XIX, la familia regresará a España y se afincará en Madrid. Pasarán los meses de verano en Santander, en el hotelito llamado “Villa Elena”, en La Magdalena, cercano a la finca “San Quintín”, propiedad de Benito Pérez Galdós. 
 
“Villa Elena”: un acercamiento a Olimpia y Galdós 
En una entrevista a Manuel Rubín publicada en El Progreso (Tenerife) de 1928, le preguntan sobre los vecinos de Galdós en San Quintín. Rubín responde: 
«Con los escasos vecinos que había entonces en el Paseo y entre los de más relación, recuerdo a don César Agostí y a don Leandro Alvear». 
 

Lamentablemente, no he localizado fotografías del hotelito “Villa Elena”, propiedad de César Máximo Agosti Fernández; pero sí conocemos algunos datos.
 
El terreno tenía una superficie aproximada de 2000 m2, parte de la cual ocupaba la vivienda y el resto correspondía a jardín, huerta, lavadero, casa del guarda y otros accesorios de la finca. 
Lindaba al Norte o frente con el Paseo de Pérez Galdós; a espaldas o Sur, con terreno segregado de la finca que había sido vendido a Carlos Quintana Trueba; entrando, al Oeste, con la finca “Petit Chalet”, de José Álvarez-Buylla (yerno de la hermana de César) y otra de Carlos Quintana, y al Este con el “Chalet Miramar”, de José Yllera, y Paseo de Pelayo. 
 
Las fotos conocidas de las vistas del palacio de La Magdalena desde el hotelito de Galdós, y la general de la playa y península, nos muestran la fisonomía de la zona hacia 1915. Si aplicamos sobre el mapa 3D de Google los datos de ubicación de “Villa Elena” a partir de los lindes, comprobamos la cercanía con “San Quintín”. 
 

 




 
Olimpia Agosti, la autora del cuadro 
Ya sabemos que César tenía una hermana y una sobrina llamadas Olimpia. También una hija que llevaba por nombre el de Concepción Olimpia. Esta joven es la autora del cuadro paisajista dedicado a Galdós. 
Sabemos que algunos de los miembros de la familia Agosti eran artistas de teatro aficionados, también lo era Olimpia Agosti García. 
 
A partir de 1893 aparecen en la prensa noticias sobre esta joven, principalmente en periódicos de Santander y casi siempre del mes de agosto. La familia de César Agostí, afincada en Madrid, viajaba todos los veranos a Santander. 
«Ayer, con motivo de ser los días de la distinguida señora de Agosti, varias familias de la localidad y de la colonia veraniega pasaron un agradabilísimo rato en la linda, cómoda y agradable morada de nuestro amigo César [Agostí]. Celebróse allí una fiesta divertidísima, una velada teatral muy bien preparada. (…) Con los jóvenes citados hicieron las delicias de la concurrencia, interpretando muy bien las obritas representadas, la hermosa joven Olimpia Agosti y la bella señorita Justina Saravaque». 
La Atalaya. Santander, 19 de agosto de 1893.

La relación de Galdós con los Agostí queda refrendada en esta noticia. Además, se hace visible el interés del escritor por el arte interpretativo de Olimpia. 
«Teatro Elena. – Ayer, con motivo de celebrarse los días de la señora Agostí, se inauguró el lindo teatrito construido por varios jóvenes veraneantes en la posesión que la amable festejada ocupa en la Magdalena. (…) Juan Corona, excelente violinista, y un aventajado discípulo del señor Larrea, acompañándolo al piano, cerraron la parte musical y dejaron paso al verdadero acontecimiento: la representación de “Los Hugonotes”. Resultó esta inmejorable por todos conceptos: Olimpia Agostí, guapísima y hecha una mujer dominante (…) La ejecución esmeradísima, inmejorable. Olimpia Agosti encontrando efectos donde las mejores actrices no los han visto, y todos los demás cooperando al buen éxito que se esperaba. Baste decir que el ilustre Benito Pérez Galdós fue el primero en felicitarles con entusiasmo, y aun pareció animado a dar un monólogo original e inédito para otra función. Terminada la de ayer, fueron pasando los espectadores al buffet, espléndidamente servido, como corresponde al buen gusto de los señores Agostí». 
El Atlántico. Santander, 19 de agosto de 1894.

Que las noticias coincidan en día, pero de años diferentes, tiene que ver con la celebración del día de Santa Elena, en honor de la madre de Olimpia. 
«Buen ejemplo de ello ha sido la fiesta celebrada el día de Santa Elena, nombre de la señora de la casa, en el magnífico chalet del acaudalado propietario don César Agostí. (…) ». 
Olimpia tenía 18 años en 1893. Don Benito, ya cumplidos los 50, no hacía mucho que había estrenado su hotelito santanderino. 
 
¿Compartiría Olimpia los momentos en que Galdós se dedicaba a pintar? ¿Sería el cuadro una muestra de agradecimiento por las enseñanzas recibidas del novelista? ¿Le admiraba como a un padre? Recordemos que César Agosti tenía la misma edad que Don Benito. 
 
Surgen otra vez los interrogantes. Preguntas difíciles de responder y que forman parte de las historias anónimas guardadas en objetos antiguos. 
 
En memoria de Olimpia Agosti García.
 
 
Eduardo Valero García
 
 
 
Bibliografía y Cibergrafía

[1] CALERO DELSO, Juan Pablo (2018) "Valentín Acevedo Calleja". En: Diccionario Biográfico de la Guadalajara Contemporánea. Consulta: febrero de 2021. Disponible en: http://bioguada.blogspot.com/2018/01/valentin-acevedo-calleja.html
 

[3] Carta de Olimpia a Pérez Galdós. Casa-Museo Pérez Galdós. 

Todo el contenido de la publicación está basado en información de prensa de la época y documentos de propiedad del autor-editor.

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En todos los casos cítese la fuente: Valero García, E. (2021) "Olimpia Agosti y un paisaje para Galdós.", en https://www.benitopérezgaldós.com/

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© 2021 Eduardo Valero García